MIRAR A OTRO LADO





MI VICTORIA.
(Ficción de Mati Morata)






Querido hijo, hace tiempo que quería decirte algunas cosas , en fin, naderías que mereces saber, de una persona que estando cerca de ti, amándote tanto, se desdibujaba a tu alrededor, para que tú pudieras ser tú, sin los lastres de las cadenas del miedo y el tormento.

 Tú ya has salido de casa a buscar tu futuro, yo, aunque no lo sabes, me he ido también, pero a encontrarme a mí misma. Porque me perdí hace 25 años, cuando me enamoré del monstruo que devoró mi dignidad, y mis sueños a dentelladas voraces.

 Yo era una estudiante de filología, me encantaba leer, escribir, conocer gente, y soñaba con ser profesora de literatura, los libros eran mi universo, las alas con las que mis pies despegaban del suelo. Nunca te lo dije, lo sé, me molestaba admitir en voz alta mis renuncias, porque me dolía, me dolía tanto. Reconocerlo era asumir la derrota de una partida que nunca jugué. Prefería que pensaras que mamá era solo eso, una madre, una esposa.

 Verás, no soy tan torpe como siempre te he hice creer, tras cada uno de los episodios, bromeaba diciéndote que “yo no me caigo, es que me encanta dar al suelo abrazos para que no este triste” Tú reías. No, no  soy tan patosa, no. Nunca me había caí en el supermercado, ni me había resbalé en la cocina preparando la sopa.

 Me acostumbre a sus humillaciones, a evitar su cólera, a sufrir en silencio, a llorar sonrisas, para que tú mi amor, no sonrieras lágrimas.

 Cuantas noches tragué mi pena, para evitar que sus gritos y mi llanto despertaran de su “sueño de familia feliz” a mi niño. Me había traicionado a mí misma, pero no podía fallarte a ti, ¿qué futuro podía ofrecerte yo?

 Luego llegaba el momento de pedir perdón y entonces nos íbamos de viaje a París, y aquella familia que deseaba para ti, aparecía repleta de promesas de cambio.

 Te pido perdón hijo, porque merecías una madre fuerte, valiente, que no renunciara a sus sueños, a sus razones, a sus torpezas, a sus batallas, a sus victorias. No supe parar, no supe, tenía miedo, mucho miedo.

 Querido hijo, puede que entonces perdiera muchas batallas, pero escúchame, no he perdido la guerra; No necesito ningún héroe que me salve, afortunadamente me tengo a mi misma, sigo luchando y ahora sé, que gané la más importante de las contiendas; la prueba de ello es que mi HIJO NO ES UN MONSTRUO. ESA ES MI VICTORIA.

Mati Morata
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MIRAR A OTRO LADO






Acabo de ver una noticia que incluía un vídeo en el que, ante una persona apuñalada en la calle, la mayoría de la gente pasaba por su lado mirando hacia otro lado.

Mirar a otro lado es una costumbre sana si se trata de cruzar la calle o de planear tu vida; porque, si sólo divisas una de las direcciones, puede que te estés perdiendo valiosas opciones o salidas dignas, en el peor de los casos. Pero, mirar a otro lado, cuando ves un cuerpo tirado en posición de dolor en el suelo, mirar a otro lado -insisto- es, en este caso, poner de manifiesto que nuestra condición de humanidad corre serios riesgos. Yo me reía cuando alguien decía "somos personas humanas". Ahora ya, no; por dos motivos.

Primero, hace dos meses y pico que mi perro Robert entró a vivir con nosotros y forma parte de mi vida. Hoy sé que no es un animal, sino una persona no humana. Desde entonces, la indisoluble unión de persona y del adjetivo calificativo "humana" no me parece tan indisoluble.

Pero el segundo motivo es aún más fuerte y, sobre todo, mucho más triste. Puede que no sólo haya otros tipos de personas que no sean humanas como mi perro Robert, que es una buena persona; puede que entonces, si la mayoría de nosotros miramos a otro lado ante la persona que yace en el suelo de la calle, ya no seamos ni tan humanos, ni tan buenos como Robert; puede, en definitiva, que ni siquiera seamos personas.

¿Qué somos cuando miramos a otro lado? Yo no lo sé.


Mati Morata Sánchez